A ver, cómo les explico…
Usualmente no escribo nada relacionado con mi Vida, pero creo que en esta ocasión es imposible desligar, lo que voy a plantear, de una parte importante de ella. Prometo tratar de ser lo más ordenada en mi narración, para que quede claro el punto.
Desde hace un rato ya, he oído, no sé ni cuantas veces de diferentes personas, en diferentes lugares la pregunta: «¿Dina, tu abuelo era el psicólogo de Monseñor Romero?», a lo que en un inicio me limitaba a responder «sí», no por antipática, sino porque aparte de saber que así había sido no tenía nada más que decir al respecto. Luego solía venir el comentario: «¿Está vivo?, ha de ser de lo más interesante hablar con él», a lo que yo respondía: «No, lo mataron en 1981, cuando yo tenía 2 años», porque a pesar de ser breve en muchas de mis respuestas, tengo este gusto por llamar a las cosas por su nombre y uno muere de enfermedades, causas naturales, vejez, etc., pero cuando es por una o varias balas, se dice «lo mataron». Lo curioso fue que después de un rato me empezó a molestar la pregunta cada vez que se repetía, pero no lograba identificar el porqué de esta incomodidad, hasta que poco a poco, después de poner mucha atención, logre identificar qué era lo que sucedía.
Me dí cuenta que lo que me molesta es algo que no me ha pasado a mi nada más, es algo que nos ha pasado a varios y de mil maneras, producto de otras mil razones. Cuando hay muertos, producto ya sea de la delincuencia, de la guerra, por evento relacionados a la situación política, de un robo, de un accidente (dejando de lado las circunstancias), aún de catástrofes naturales, etc., hemos llegado al punto donde se nos olvidan que quienes perdieron la Vida eran personas, que al final eran el hijo de alguien, la pareja, el papá, la mamá, el hermano, el abuelo, el vecino, compañero de trabajo, maestro y miles de otros roles, y que por ende eran personas que tenían una Vida y formaban parte de la Vida de alguien más. Creo que los reducimos a «accesorios del evento», a «cosas» y creo que eso cada vez nos roba un poquito de humanidad, hasta llegar a no sentir, a no pensar. Es más, ni siquiera contemplamos la onda expansiva de las muertes de cada una de estas personas, si ellos formaban parte de las Vidas de cinco personas más (por ejemplo), en los roles que sea (hermano, pareja, hijo, maestro, etc.) y por ende la forma en que los afecta ya sea psicológicamente, emocionalmente, económicamente, estructuralmente, etc., y con esto no me refiero al dolor que provoca la muerte de un ser querido, me refiero a los desbalances en todas las áreas que esto representa para los involucrados y las consecuencias de esto para la sociedad, que al final lo traslada a ser un problema que nos afecta directamente a cada uno.
Eso fue lo que me molestó. Mi abuelo de repente, producto de uno de los «temas del momento» en que se ha convertido Monseñor Romero, tanto su trayectoria como su muerte, que al final fue producto de los conflictos que iniciaban en nuestro país, se ha convertido en un «accesorio”, un “apéndice» de la historia, la gente cuando me lo pregunta se olvida que era una persona, y que yo su nieta.
Por favor, lo que van a leer a continuación que no sea en tono lastimero, ni con tristeza si quiera, porque lo que les voy a contar son casi, casi todo parte de mis buenos recuerdos y hasta la fecha me sacan una sonrisa, otros me hacen sentir orgullosa y comprometida con llenar los grandes zapatos que me dejó mi abuelo como precedente.
Les cuento un poco. Partamos de que mi abuelo no se llamaba el «Psicólogo de Monseñor Romero», su nombre era Rodolfo José Semsch, y sus amigos lo conocían por Rudy, Rudy Semsch. Nació el 06 de mayo de 1926 y su papá (mi bisabuelo) era contador, quien anotaba todooooos los gastos, hasta los honorarios del médico que atendió el parto, que fueron 5 colones. Su papá se llamaba Rodolfo Carlos Semsch Porth y su mamá Julia Aguilar de Semsch, era abuelo de 2 (mi hermano y yo), padre de 4 (Los Semsch que todos eran hombres) y esposo (de quien todos conocían como la Tete, mi abuela). A pesar de que cuando lo mataron yo tenía 2 años hay cosas que recuerdo, claro los recuerdo como uno recuerda cuando es niño, de forma visceral, con más sensaciones que lógica y pedacitos de imágenes como si fueran fotos. Otro montón de cosas las sé porque me las contó mi familia, sobre todo mi abuela, su Viuda, a quien le debo la mayor parte de la información que tengo.
Mi abuelo no era el «Psicólogo de Monseñor Romero». Mi abuelo era mi abuelo, el que me regaló unos zapatitos de charol rojos, de esos que te ponen cuando estás chiquita y vas a algún compromiso importante típico de los dos años (piñatas, donde los abuelos, más piñatas o a que alguien te conozca y te aprete los cachetes). Recuerdo mis pies en esos zapatos y los pies de mi abuelo, sobre los cuales ponía los míos y bailaba, aunque asumo que él hacia la mayor parte del trabajo, seguro yo estaba ocupadísima tratando de no perder el equilibrio y seguir de pie.
Mi abuelo no era el «Psicólogo de Monseñor Romero». Mi abuelo fue el primer Psicólogo graduado del país, también fue a la Guerra y trajo unas muñequitas chinas lindísimas que mi abuela siempre guardó en un chinero. Fue a quien «su Majestad la Reina» (como dice el documento) otorgó una beca en 1965 para estudiar en Inglaterra, en el Instituto de Psiquiatría Mausdley y colaboró con las investigaciones sobre el «Miembro Fantasma» con Hans Eysenck (lo menciono porque en psicología es el equivalente a una celebridad). Trajo el test «Inventario Multifásico de Personalidad de Minnesota» o «MMPI», al país, el cual trató de estandarizar.
Mi abuelo no era el «Psicólogo de Monseñor Romero», era el que me regaló una muñeca que se llama Clementina y que aún existe, le puso Clementina porque era una de las canciones que me tocaba con su armónica, porque también tocaba la armónica.
Mi abuelo no era el «Psicólogo de Monseñor Romero», fue un pionero para su tiempo y ya no digamos para la Psicología en el país, fue el profesor de varios de mis profesores, el culpable de que en la Universidad, cada inicio de ciclo me pidieran que me pusiera de pie como ejemplar perteneciente a la reseña histórica de la Psicología en el país con una presentación que sonaba «y hemos adquirido a la nieta» como si fuera el nuevo fichaje del equipo, de quien la gente que lo había conocido en diversas situaciones tenía siempre una historia que contarme sobre cómo había hecho un diferencial en sus vidas o lo que habían aprendido de él y que me hacía pensar: «eso quiero dejar yo en la Vida de los demás».
Mi abuelo no era el «Psicólogo de Monseñor Romero». Mi abuelo era el que fumaba pipa y no se sentaba en el suelo, según me contó mi abuela, hasta que yo nací (era su nieta mayor) y sin pensarlo hizo del suelo el mejor asiento del Mundo para poder jugar conmigo, era el mismo que cuando yo estaba recién nacida y todos se enfrascaban en estos acalorados debates sobre a quién me parecía más, él inmediatamente decía «la niña no se parece a nadie, la niña se parece a ella».
Mi abuelo no era el «Psicólogo de Monseñor Romero», fue el Director del Departamento de Psicología de la Universidad de El Salvador, donde también fue catedrático, fue Psicólogo del Hospital Rosales, responsable de la primera clínica de Psicología del país, Psicólogo del Banco de Reserva, Psicólogo de la Escuela de Enfermería, catedrático de la UCA, además trabajó para varias Embajadas e Instituciones Gubernamentales.
Mi abuelo no era el «Psicólogo de Monseñor Romero». Mi abuelo siempre estaba leyendo algo, y siempre tenía dos libros más esperando en la mesita al lado de donde se sentaba a leer, además de varias revistas de Psicología, era inteligente, persistente y determinado, era de lo más metódico, disfrutaba mucho aprender, fue quien recibió ofertas de la UNESCO y de la Universidad RICE de Houston, las cuales declinó porque no solo quería hacer Psicología, la quería hacer en El Salvador. Además, fue Psicólogo de muchísimas personas.
Mi abuelo no era el «Psicólogo de Moseñor Romero», mi abuelo era mi abuelo Rudy. Lo mataron haciendo lo que realmente le apasionaba, que era Psicología, en el lugar donde estaba cuando no estaba en su casa, la clínica; el mismo día y en el mismo evento que mataron a mi tío Lud. El día que ellos murieron la onda expansiva nos alcanzó a todos nosotros, que eran las Vidas donde directamente formaban parte (y no puedo calcular a cuantos más), nosotros éramos 7 en ese momento, no hablo del dolor que ocasionó el cual se encuentra dentro de lo esperado dado lo ocurrido, me refiero de todo lo que eso implicó en nuestras Vidas, todas las secuelas de miedo que dejó por años, el enojo, el repudio, la huida (sin saber exactamente de qué), separarnos como familia al tener que salir de El Salvador y todas las demás decisiones que derivaron de ese hecho.
Y aparte de lo que ya les mencioné y otro montón de cosas, mi abuelo también era el Psicólogo de Monseñor Romero, pero eso no era él, era solo parte de lo que hacía en su trabajo.
Hagamos el esfuerzo, no perdamos de vista que son Vidas que forman parte de otras Vidas, no les digan «los muertos de hoy», no se refiera a nadie «como el que se murió por andar corriendo» o «al que se llevo de encuentro el bus», no los llamen los «cuantos más del diario», no se refieran a ellos como «los que salen en el periódico hoy»; no los vean como el problema de alguien más, que si Ud. ya no es capaz de dimensionar la perdida de una Vida y por ende, sus consecuencias para todos, quiere decir que su humanidad está en juego.