A ver, cómo les explico…

Todos estamos diseñados para que nuestras metas, una vez alcanzadas, sean casi inmediatamente sustituidas por una nueva, es precisamente lo que nos mantiene motivados y funcionando en el día a día, lo que le da sentido a muchas de las cosas que hacemos.  Sin embargo, cuando no alcanzamos la meta, o solo minimizamos nuestros logros y maximizamos lo que nos falta para alcanzar, empezamos a sentirnos frustrados, enojados, estresados, entre muchas otras cosas.

Creo que el truco radica en el equilibrio entre lo que logramos y lo que nos falta por lograr, así como la forma que dimensionamos ambas cosas, ya que si no nuestras fuentes de motivación terminan convirtiéndose a fuentes de frustración.

Ahora lo que se están preguntando… ¿Cómo hago eso? Pues primero, siendo realista.  Una de las cosas que suele ocurrir con bastante frecuencia, es que cuando nos trazamos una meta no somos realistas, no partimos de nuestra situación actual si no que saltamos de una vez a nuestra situación ideal, sin tomar en cuenta el proceso y los pasos del mismo.  No sugiero que sea mala idea pensar en grande, al contrario, soy muy partidaria de hacerlo, pero creo que debemos aprender a dividir ese sueño enorme o esa meta ambiciosa en pequeños pasos, tomando en cuenta nuestra situación actual y el ritmo que necesitamos para el progreso.   Así que, para empezar, desmenuce la meta en submetas, a cada una póngale tiempo, hasta llegar a la meta final, por ejemplo: “Si Ud. Quiere llegar a correr 8 km, pero nunca ha corrido y tiene años de no hacer ejercicio, empiece caminando y 30 minutos, hasta ir sumando 5 semanales y llegar a 45 minutos, en un mes, el siguiente mes trote por intervalos, luego en tres meses solo trote, luego el 4 mes incremente la velocidad y corra durante 45 minutos, y así sucesivamente hasta llegar a sus 8 kms”.

Entonces en resumidas cuentas parta la meta en submetas y ponga intervalos de tiempo para lograr cada una de ellas, hasta llegar a su meta final. Además, por nada del mundo olvide ¡ser realista!

Ahora viene la parte de como “alimentar” nuestra motivación y mantener la frustración a raya.  Usualmente no nos tenemos paciencia, queremos resultados ¡ya!, queremos las cosas para ¡ayer!, queremos lograr todo en un abrir y cerrar de ojos.  El problema es que las cosas no funcionan así, ¡nunca!  Siempre tenemos que ir paso a paso y en muchas ocasiones no contamos nuestros avances o logros, si no que nos dedicamos solo a sacar cuenta del camino que aún nos falta por recorrer o lo que aún no hemos logrado, en pocas palabras, “minimizamos nuestros logros y maximizamos lo que nos falta”.

Entonces quiere mantenerse motivado, cuenta sus avances, así como por naturaleza nos enfocamos primero en lo que nos falta, tome en cuenta los imprevistos que resolvió y no solo cuanto tacho de lo que tenía en su agenda, si lo hizo mejor que la vez anterior a pesar de no estar haciéndolo así de bien como se ha propuesto. Aprecie sus logros, en la misma proporción que se queja por sus fracasos.

A pesar de todo lo anterior, hay algo que es importante y que no quisiera dejar de lado en este artículo, y es que no siempre se trata de estar motivado, a veces hay cosas que “tenemos” que hacer, para lograr las que “queremos hacer”, pero no todo se trata siempre de si queremos o no hacer. Ahí es donde entra la tan sonada disciplina, que es algo más adquirido que genéticamente configurado, que si se practica se convierte en toda una habilidad.  A veces, nos detenemos por no sentirnos motivados y nos excusamos en que las musas nos amanecieron en huelga, ahí es donde tenemos que estar claro que hay días en que se trata de disciplina, no de motivación.

Entonces, si resumimos el proceso sería:  “Sueñe en grande, póngase metas que lo reten, divídalas en submetas con períodos de tiempo definidos, sea realistas con las submetas, cuente sus logros igual que cuenta lo que le falta alcanzar, y cuando la motivación no aparezca, eche mano de la disciplina para hacer lo que tiene que hacer y así lograr lo que quiere lograr”.